
Querido amor, tal vez te has dormido en medio de un sueño,
o te has quedado en la estación donde las mariposas tienen alas de piedra.
O te escondes delante de mis ojos para que no te espere.
Es posible que estés en el olvido,
allí donde hay un color áspero del que no sé el nombre.
O tal vez estés caminando sigiloso por mi nuca y por mis manos.
Querido amor al que tanto quise tener entre los brazos de mi vida.
Tal vez te escondiste en una gota de lluvia extranjera
para nutrir la tierra que brota de mi sangre.
Amor de remiendo y zafiros. Querido, amado amor.
Que el miedo sea, acaso, una embarcación con rutas del color del futuro.
Un navío con marineros de arcilla,
con rostros de tormenta que traen la música del comienzo.
El miedo, ese que se aferra a la intemperie de una lluvia de ojos tristes.
Conocí una mujer, dije, ahora, que tenía ballenas blancas en las manos.
Manos de océano. Anillos de oro en el corazón.
Dormía en un lecho de guijarros y pájaros de miel soñaban por ella.
Temía el futuro; sentía el peligro del amor mientras amaba.
Que el amor hería, dijo, pero que nunca dejaría de amar.
Desde alguna sombra, yo intentaba conjugar su miedo con música de vida.
Ella tenía faroles en los ojos y un sabor a eternidad en la boca.
Conocí una mujer, dije, que sangra el cielo en las palabras.
Creo que está lastimada de invierno, como yo.
Ella escribe en los pájaros, en el agua de los estanques,
sobre los gestos amados de sus muertos.
Extraños seres vigilan en la noche.
Mientras, debajo de mi almohada, una nube azul.
Sobre el deseo un desierto donde siempre es primavera.
Y la pupila en el fondo de la piedad.
Y alguien que nombra como siempre, el silencio.
El fuego, sobre sus labios.
Que el miedo no sea música negra para el futuro.
Que la herida no. Que esta mujer conmigo.
Que esta mujer en mí. Que la dicha.
Que el amor.

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