martes, 9 de febrero de 2010

Cuando uno se enamora
las cuadrillas del tiempo hacen escala en el olvido,
la desdicha se llena de milagros,
el miedo se convierte en osadía
y la muerte no sale de su cueva.
Enamorarse es un presagio gratis,
una ventana abierta al árbol nuevo,
una proesa de los sentimientos,
una bonanza casi insoportable
y una ejercicio contra el infortunio.


Por el contrario desenamorarse es
ver el cuerpo como es
y no como la otra mirada lo inventaba,
es regresar más pobre al viejo enigma
y dar con la tristeza en el espejo...






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Te busco, amor, en la vigilia y cuando duermo. En el pasado de mi vida, en el a-tiempo. Recorro gaviotas que me han prometido una respuesta. Golpeo soledades por si acaso sean tu escondite.
Y la sangre, la sangre de estos puños lastimados. Desde la biblioteca Pablo me ofrece veinte poemas que te nombran. Pero sigue el silencio.

Te busco, amor, en la pertinaz indiferencia de los días. En el dolor. La mordedura.
En la inabarcable zozobra de todo lo imposible.


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